La familia y la violencia

CARMEN VALDIVIA

Las noticias de violencia en la familia aparecen como un goteo constante en los medios de comunicación: violencia de genero, casos de pederastia de padres a hijos, los malos tratos de hijos a padres… Junto a la indignación e inquietud que produce cualquier tipo de violencia social, la familiar reviste aún más gravedad al darse en ese contexto en el que  las  personas deberían encontrar la paz, la seguridad y el amor; y en el que los hijos estarían llamados a ser un complemento querido y deseado y por lo tanto amado.

¿Qué está pasando? La violencia en la familia, bien sea verbal, física, emocional  o psíquica, debe ser analizada (nunca justificada) desde diferentes modelos: el psiquiátrico la asocia a la enfermedad psíquica, al alcoholismo, a la drogadicción. Los modelos psicosociales la asocian a familias fuertemente jerarquizadas, a la subordinación de la mujer, a la concepción de los hijos como propiedad de los padres, o al recurso de la violencia como forma de resolver conflictos: la baja tolerancia a la frustración, o el carácter fuertemente explosivo y carente del mínimo nivel de autocontrol. Son causas frecuentes, también, concepciones de la estructura familiar  y de las relaciones basadas en creencias irracionales: por ejemplo, a la mujer le gusta ser dominada, o como forma de hacerse respetar o de conseguir algo. La imitación de modelos sociales vividos en la propia familia o reflejados en series televisivas y que se filtran en los mismos programas para jóvenes y en las redes sociales,  sin la mínima reflexión sobre los valores de la igualdad y el respeto… Lamentablemente, todavía  muchos hombres y mujeres, y aun gente joven, justifican los celos y el control como manifestaciones de amor. De ahí que se vean como algo natural en el matrimonio y en el noviazgo.

Hay tres aspectos que influyen fuertemente en las actitudes violentas: aspectos somáticos y temperamentales,  la imitación de lo que ven y oyen a su alrededor, y la educación que reciben nuestros hijos tanto en casa como en el colegio.

Para intentar minimizar este problema de la violencia familiar, bien sea la violencia de género, la violencia de padres hacia los hijos, la de los hijos hacia los padres o la violencia entre hermanos, hay que recurrir siempre a la Educación. La educación es esencial en el proceso de formación de la persona. Hay que insistir muchísimo más en el desarrollo de las competencias emocionales. En los mensajes directos y con nuestros comportamientos: por la forma en que nos relacionamos entre los adultos y con los hijos. Los padres mejorarían muchísimo sus relaciones con los hijos si los trataran como les gustaría que los trataran los demás. Esta formula falla en muy pocos casos.… Y en el colegio, con o sin educación para la ciudadanía. Es un área transversal. Los educadores, como diría Tauch y Tauch, no son vasos esterilizados por los que pasa sustancia científica. Sus valores y relaciones se infiltran en los alumnos.

Dado el poco espacio para tratar el tema en un medio como este, voy a mencionar sólo tres aspectos de la educación emocional que influyen fuertemente en nuestra comunicación con los demás:

En primer lugar, la relación de la persona consigo misma: la violencia se asocia siempre a una dificultad de autocontrol, lo que indica que la persona tiene  un gran desconocimiento de sí misma. Gestiona mal sus emociones por una falta de enfrentamiento con sus propios sentimientos. Debemos aprender a ponerles nombre, reconocerlos y aprender desde pequeñitos a gestionarlos y controlarnos. Es una forma de actuar sobre los aspectos somáticos y temperamentales. Aquí juegan un gran papel los padres si ayudan a superar las frustraciones, a controlar las emociones y aprender a autocontrolarse. Muchas manifestaciones de la violencia no son más que manifestaciones de la debilidad: deseo de imponer, dominar, controlar. Los mismos celos no son más que manifestaciones de inseguridad y desconfianza  en uno mismo y en la otra persona. No es una forma de relación normal y menos de amor… el verdadero amor genera seguridad y confianza.

En segundo lugar es importante insistir en la importancia del conocimiento del otro, para desarrollar algo que también está en la base de este problema de la violencia: la empatía; o lo que es lo mismo, desarrollar la habilidad de ponerse en el punto de vista de los demás… entender cómo se sienten o cómo pueden afectarles nuestras actuaciones. Una forma fácil de entender esto es reflexionar sobre la ética de la reversibilidad; ese principio tan fácilmente comprensible, como poco practicado: tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. La aplicación de esta ética cambiaría el mundo. La valoración, la comprensión, la aceptación y el respeto, es algo que todos consideramos un derecho; y por serlo debemos reconocerlo a los demás

En tercer lugar, aprender a ser más autocríticos con muchos tópicso o ideas preconcebidas o  irracionales que circulan por ahí… que se transmiten , se  aceptan, se dan por válidas…ideas que generalmente tienen un carácter universal y general: Los hombres son…las mujeres son…a las mujeres les gusta… en el fondo lo que quieren…a ellos/ellas no les cuenta…las cosas son así….Estas afirmaciones dificultan el verdadero conocimiento del otro, y en este sentido, impiden unas relaciones normales, pues se basan en tópicos: siempre se ha hecho así, las cosas son así… En este sentido, reviste aun más gravedad el dar por buenas ciertas actitudes como la de considerar al hijo, al marido a la mujer o al novio o novia como una posesión sobre la que se puede ejercer un derecho…

En una sesión de grupo con unos jóvenes, me comentaban que hoy en lugar de novio/a, preferían llamarse “amigo/a con derecho a roce…” Les pregunté ¿derecho a qué?… y contestaron: sí, a roce… y se rieron. Pronto entendieron que mi dificultad no iba por el roce sino por el derecho…. Este es el problema. Cuando uno se siente con derechos respecto al otro, se está marcando ya la superioridad o el dominio. Por eso, muchos jóvenes hoy entienden que controlar, ser algo celoso, impedir al otro/a comunicarse con ciertas personas,  ponerles límites e imponer condiciones a situaciones normales, en definitiva, el exigir al otro/a lo que a uno le viene bien o le da seguridad, entra dentro de lo normal en una situación de pareja.

Cada tipo de violencia y cada caso necesitaría un análisis especial, pero si la violencia es una fuerza o presión física, verbal, emocional o psíquica que uno ejerce sobre el otro en pretensión  de superioridad o exigencia, es fácil entender que no hay nada más alejado del respeto, la valoración y la aceptación que nos debemos como personas, y más aun, la confianza  y el amor como  familia.

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