JAVIER M. DE LA HORRA
El profesor Félix Goñi es hombre de ciencia, de una sinceridad para algunos molesta, de los que no recurre a circunloquios ni evasivas a la hora de afrontar cuestiones delicadas. Partidario de acabar con el funcionariado en la universidad pública, de la que él forma parte como catedrático de Bioquímica y Biología Molecular (UPV/EHU), Goñi considera que hacer investigación en un país como España es ya un gran reto: «La ciencia está minusvalorada y la investigación se considera básicamente un pasatiempo para épocas de vacas gordas», denuncia. El profesor, con un currículo tan extenso que sería imposible repicarlo en esta entrevista, acaba de ser nombrado académico de la Real Academia Nacional de Farmacia. Esta tarde a las 19.00 horas leerá su discurso de ingreso: Las membranas como fronteras celulares: aduanas y contrabandistas.
Lo primero, enhorabuena por el nombramiento. ¿Qué implica formar parte de la Real Academia Nacional de Farmacia?
Aparte de ser un honor, supongo que le consultarán a uno sobre aspectos farmacéuticos de su especialidad, a mí en concreto supongo que podré ser de ayuda en problemas de naturaleza biofísica o biofísico-química.
Su trabajo de investigación se centra en las interacciones moleculares en las membranas celulares. ¿Podría explicarlo, traducírnoslo con un caso real a quienes estamos alejados del campo de la bioquímica?
La membrana es la película finísima que recubre la célula. Esta membrana está formada por lípidos (un tipo especial de grasas) y proteínas. A diferencia de los medios extracelular e intracelular, que son básicamente líquidos, la membrana está en estado sólido. La membrana es la sede donde tienen lugar importantes fenómenos biológicos, como la conversión de señales ópticas en eléctricas en la retina (visión), o la conversión de la energía de los alimentos en ATP, en la mitocondria. La mayoría de los procesos biológicos tienen lugar en disolución, pero los procesos de membrana en los seres vivos tienen lugar en estado sólido. Las membranas se mantienen en un tipo de estado sólido muy especial llamado “líquido cristalino”, gracias al modo en que interaccionan las moléculas que las integran, y esto es lo que básicamente estudiamos nosotros.
En la faceta académico-laboral como biólogo, ¿cuál considera que ha sido su mayor éxito?
La creación en 1999 de la Unidad de Biofísica, centro mixto del CSIC y la UPV/EHU, que es el laboratorio en el que trabajo.
¿Y su mayor fracaso?
A lo mejor está a punto de llegar…
¿Por qué cree que no se ha garantizado el acceso al tratamiento a los pacientes de hepatitis C?
No lo sé, yo estoy muy apartado de la política sanitaria.
En casos como este, ¿puede hacer algo la academia de la que a partir de ahora forma parte?
Aquí es muy fácil hacer demagogia, pero yo lo que tengo claro en este tema es que hoy en día sacar un medicamento nuevo le supone a una empresa trabajar durante quizá quince años e invertir cientos de millones de euros. No se puede esperar que luego regalen ese medicamento. Si lo hicieran se arruinarían y ya no aparecerían nuevos medicamentos. La Real Academia Nacional de Farmacia hace un esfuerzo de educación del público en estos temas, y supongo que debe continuar haciéndolo ahora que hay una situación económica difícil y los recursos parecen más escasos que nunca.
Médicos Sin Fronteras, entre otros, ha denunciado en más de una ocasión que los altos precios fijados por las grandes farmacéuticas impiden el acceso a las medicinas novedosas en los países en desarrollo. ¿Cree que en determinadas situaciones habría que hacer frente al poder que ejerce la industria farmacéutica para socializar las medicinas?
Yo no entiendo mucho de estas cosas, pero veo claro que la industria no va a desarrollar nuevos medicamentos si no puede sacar un beneficio. Los beneficios son altos porque los costes son altos. De hecho, hay a nivel mundial un descenso alarmante en la comercialización de nuevos medicamentos precisamente porque las compañías no ven el beneficio. Por otra parte, no quiero soslayar la injusticia radical que supone la desigual distribución de la riqueza en el mundo. Los países en desarrollo carecen de ciertos medicamentos como carecen de tantas otras cosas, a veces incluso más básicas, como el agua potable.
Usted formó parte del comité de 11 sabios que redactó un informe a petición del Ministerio de Educación antes de se llevara a cabo la reforma. ¿Han tenido en cuenta alguna de sus consideraciones?
Nuestro comité, presidido por la Profesor Miras, se centró en la reforma universitaria. Nuestras recomendaciones apenas han sido tenidas en cuenta, o bien han sido duramente atacadas por grupos de poder en la universidad, que se oponen con vehemencia a cualquier reforma que altere el statu quo.
¿Qué le parece el reciente decreto de flexibilización del sistema universitario aprobado por el Gobierno, que plantea carreras de tres años y másteres de dos?
El informe Miras recomendó hacer esta reforma, para asimilarnos a la inmensa mayoría de los países europeos, y yo desde luego la apoyé. También recomendaba el informe una transición gradual y voluntaria de los grados del actual 4+1 al deseado 3+2. Precisamente el Gobierno ha aplicado en este punto todo lo que el informe proponía, pero ha chocado de nuevo con los intereses espurios de unos grupos y otros.
He leído algún titular en el que viene a decir que la universidad pública está llena de vagos. ¿Tiene alguna receta para activar al personal docente e investigador?
Claro: pagar más a los que trabajan más, y menos a los que trabajan menos, y echar a la calle a los que trabajan muy poquito, o nada. En una palabra, acabar con el funcionariado.
Suena a tópico pero me resulta inevitable preguntárselo. ¿Cuál es el gran reto para cualquier investigador en bioquímica como usted?
Hacer investigación en un país como España, en el que la ciencia está minusvalorada y la investigación se considera básicamente un pasatiempo para épocas de vacas gordas.
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