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Una obra de Botero se reconoce al instante, y eso solo ocurre con los artistas que saben crear un estilo propio. Pero antes de ser Botero, fue un joven que recorrió el mundo para aprender de los grandes maestros. Quien contempla uno de sus cuadros está viendo algo más que figuras rotundas, coloridas y llenas de magia. Está ante un homenaje a varios siglos de historia del arte. De Fernando a Botero: el viaje que se convirtió en obra maestra
Botero es un artista sin fronteras. Sus cuadros reciben elogios en cualquier idioma y sus esculturas forman parte del paisaje urbano en ciudades de todo el mundo. La clave del carácter cosmopolita de su arte es que, antes de pensar un lienzo, Botero ha desarrollado su creatividad en Medellín, Madrid, Florencia, Nueva York o París.
El recorrido de formación del joven Botero es un viaje a través de las formas y colores del Renacimiento, la expresividad del Barroco o la osadía de las vanguardias del siglo XX. En los años 50 llegó a Madrid y aprendió de Tiziano, Rubens, Goya o Velázquez. Visitaba a diario el Museo del Prado y se ganaba la vida pintando copias de algunas de sus obras maestras. Hoy, a menos de 20 minutos a pie del museo puede admirarse su escultura Mujer con espejo, en la plaza Colón.
En Florencia descubrió a Piero della Francesca y descifró la técnica de la pintura al fresco estudiando a fondo a obra de Giotto. En Ciudad de México asimiló el carácter monumental de Rivera, Orozco y Siqueiros, los grandes muralistas. El 1960 llegó a Nueva York y cultivó la amistad de figuras como Mark Rothko y Willem de Kooning, por quien sentía una admiración especial. Se instaló en París en 1973 y decidió concentrarse en la escultura, a la que supo trasladar el carácter colosal que ya mostraba su obra pictórica.
Todas estas influencias confluyen en una etiqueta que pertenece a un solo creador: el ‘boterismo’. Es un estilo único, por el que se admira y reconoce a Botero, caracterizado por su visión personal del volumen. Solo él sabe dotar de majestuosidad a sus figuras, llenas de fuerza expresiva y sensualidad.
El viaje creativo de Botero traza un círculo completo. Hoy, convertido en un maestro para las nuevas generaciones, sigue teniendo su residencia en la capital francesa, que compagina con Nueva York y con su estudio de Pietrasanta, en el norte de la Toscana. Allí vivió y trabajó uno de los maestros renacentistas: Miguel Ángel.
Sin embargo, aunque ha vivido en numerosas ciudades, sigue siendo un creador fiel a sus raíces. Por eso en su obra brillan las referencias a su Colombia natal. En su infancia ya se fijaba en las pinturas y esculturas que se exhibían en las iglesias de Medellín, al mismo tiempo que se interesó por el arte precolombino y por el legado popular de su país. En 2010, inspirado en sus recuerdos y en uno de los temas centrales de la historia del arte, Botero creó su serie Vía Crucis. Dos años después decidió donar los originales al Museo de Antioquia, en Medellín.
La obra de Botero tiene muchas facetas y ofrece múltiples lecturas. En sus cuadros hay humor, ternura, imágenes sugerentes y escenas trágicas. La mejor forma de aproximarse a su arte es, por supuesto, contemplar sus pinturas de cerca. Sin embargo, también hay otras opciones que abarcan todo su talento de manera original y creativa.
La editorial ARTIKA, especializada en libros de artista, ha colaborado en dos ocasiones con Botero. El resultado son dos ediciones exclusivas, Las mujeres de Botero y Vía Crucis, que muestran los temas que más han influido al pintor, su iconografía característica y las claves de su estilo. Son dos obras que captan la esencia de Fernando Botero.
Hoy es uno de los artistas más cotizados y el ‘boterismo’ se admira en todo el mundo. Además de haber creado su propio espacio, su obra ofrece al espectador el viaje artístico definitivo: cada uno de sus cuadros invita a recorrer varios siglos de historia del arte a través de referentes, figuras y escenas que dejan huella.
Fuente Comunicae