«Las decisiones nos hacen libres, también responsables, y conllevan riesgos»

J.M.H.

Narra la aventura heroica de aquellos intrépidos que, al mando de Fernando de Magallanes, partieron de Sevilla en 1519 en busca de una nueva ruta para llegar a las islas de las especias. Tres años después únicamente una de las naves, la Victoria, regresaba con Juan Sebastián Elcano y tan sólo otros dieciocho hombres a bordo. Era la primera vez que se completaba la vuelta al mundo. Pero la novela más allá y, en paralelo, nos cuenta una historia de intrigas, amores y desengaños en una aldea escondida en la bella comarca de Liébana, donde un niño soñaba con aprender a leer y a escribir… hasta que todo se torció. Sergio Martínez ha estado estos días en Bilbao presentando su novela y hemos hablado con él.

Ha nacido junto al mar y trabaja en Potes en el Museo Cartográfico Juan de la Cosa. ¿Era inevitable que el mar fuera el protagonista de su primera novela?

Para alguien nacido junto al mar, creo que es una referencia inevitable. A veces no hace falta ni que lo veamos; simplemente el saber que está ahí nos procura una sensación de libertad que, quizá, tierra adentro no es tan fácil de lograr.

En su novela cuenta las aventuras de dos hermanos que, para borrar su pasado, deciden embarcarse en una expedición casi suicida para su tiempo. ¿Hasta qué punto las personas arriesgamos para cambiar nuestras vidas?

Como el mismo protagonista de la novela dice, las personas somos capaces de lo mejor o lo peor en función de las circunstancias. Para este personaje y su hermano, embarcarse fue el modo de huir de un pasado turbio y de tratar de borrar sus huellas poniendo todo un océano por medio. Cada día debemos escoger, y esas decisiones nos hacen libres, pero también responsables. Y esas elecciones, cómo no, a veces conllevan riesgos.

 Manteniendo las distancias, la aventura de echarse al mar para buscarse una vida mejor lejos de Liébana, me recuerda a la de tantos jóvenes de hoy que huyendo de la falta de oportunidades en su tierra opta por marcharse. ¿Es el nuevo modelo de expedición del siglo XXI?

Efectivamente, muchos de los marineros que embarcaban en aquellas expediciones del siglo XVI lo hacían porque no veían otro futuro posible. No fue sólo el caso de España, lo mismo ocurrió en Portugal, en Francia o en Inglaterra. En cierto modo, América fue la válvula de escape que permitió a Europa superar un momento de superávit demográfico, dando salida, además, a los conflictos sociales. Hoy el problema es también, en parte, demográfico, pero al menos las condiciones para lograr un futuro mejor no son tan duras como las que tuvieron que vivir los personajes del libro.

Ha empleado siete años en escribir este libro, más que aquellos valientes en culminar la expedición que narra. Siendo su primera novela, ¿ha sido difícil cerrarla? ¿Qué sensaciones ha tenido a lo largo de este tiempo mientras escribía?

En esos siete años se incluyen muchas cosas, no sólo escribirla. Hay que contar también el tiempo que la novela ha de dormir en un cajón, dejándola que repose, por ejemplo. También las correcciones, que llevan casi tanto tiempo como escribirla. Y finalmente, la edición. Cerrarla no fue difícil, especialmente porque al final son los personajes los que te dicen lo que debes hacer. Son ellos los que marcan el final. Hay escritores que dicen que el final hay que saberlo antes de sentarse a escribir, pero no es mi caso. A mí me gusta que los personajes me hablen; y les dejo hablar.

El escritor cántabro Sergio Martínez ha presentado su primera novela estos días en Bilbao. FOTO: Archivo BBN
El escritor cántabro Sergio Martínez ha presentado su primera novela estos días en Bilbao. FOTO: Archivo BBN

En cuanto a las sensaciones, supongo que las que he experimentado son las mismas que otros muchos autores: ilusión, alegría, desesperación… pero siempre con el convencimiento de que había una gran historia que contar.

 Ya anciano, tras haber regresado de la expedición, el narrador cuenta que lo que le ha llevado a escribir el manuscrito que viene a ser este libro ha sido la cercanía de la muerte. ¿Qué le ha impulsado a usted a escribir la novela?

Pues para alguien habituado, como yo, a escribir libros de tipo académico o divulgativo, supongo que escribir una novela es el modo de dar rienda suelta a la imaginación. Ya de niño me gustaba escribir y dibujar historias; luego hubo un tiempo en que tuve que dedicarme a otras cosas, y ahora retomo la ficción, en la cual me encuentro muy a gusto. Es un género, obviamente, totalmente distinto, pero el poder crear historias y personajes, darles vida, es algo inigualable.

El lector de una novela que intercala ficción e historia suele preguntarse siempre hasta qué punto es real lo que se cuenta en el libro. En este caso, ¿hasta qué punto son reales los hechos históricos a los que hace referencia?

Los hechos que se cuentan en el viaje de Magallanes están basados, casi en su totalidad, en lo que conocemos de la expedición. No podía ser de otro modo. En la parte de tierra hay mayor libertad, porque no estaba tan supeditado a fechas y lugares concretos. En todo caso, tanto en la parte de tierra como en el viaje alrededor del mundo, este libro habla sobre todo de personas, no de hechos. Por tanto, es una novela, no una historia novelada. El autor, dentro de unos márgenes, ha de tener libertad para crear. Y los personajes inventados han de poder participar en hechos que sabemos ciertos siempre que no distorsionen demasiado la Historia.

En este sentido y como historiador que es usted, ¿cómo ha sido el trabajo de investigación que ha desarrollado para contextualizar su novela?

Ha sido muy amplio, porque la información relativa al viaje de Magallanes y a la vida cotidiana en Cantabria en el siglo XVI es muy amplia. En todo caso, el autor ha de tratar de no sentirse abrumado por los documentos. Si uno espera a tener todos los datos en la cabeza –en este caso unas 4.000 páginas de documentación– probablemente no llegaría a escribir una línea.

En la novela intercala la aventura del viaje con la infancia del chico y su aprendizaje al lado de Sancho el Tuerto en la comarca de Liébana. ¿Cómo era la vida entonces en estos pueblos?

Era una vida muy dura. Los campesinos vivían día a día, siempre pendientes del tiempo y de que una tormenta o una sequía pudiera arruinar sus cosechas y arrastrarles al hambre. Además, existían enormes conflictos sociales tanto entre hidalgos y pecheros, como, simplemente, entre los que tenían riqueza y los que no. Liébana fue, durante toda la Edad Moderna, una tierra de emigración y muchos lebaniegos hubieron de marchar para lograr un futuro mejor en otras partes de España y, sobre todo, en América.

Las relaciones humanas se muestran con crudeza y en ocasiones con crueldad entre algunas gentes de los pueblos de su novela. ¿Ha experimentado en alguna ocasión este tipo de comportamiento? ¿Se palpa con mayor nitidez en el entorno rural que en las ciudades?

Creo que los sentimientos son parecidos en el campo y en la ciudad, pero en el campo se une el agravante de la cercanía. Es más fácil discutir con la persona a la que vemos todos los días que con quien vemos una vez al mes. Y en unas condiciones como las que se narran en la novela, con los personajes siempre al borde del hambre, las tensiones se recrudecen. Por fortuna no he vivido situaciones como las que narro, pero sí las he oído contar; y creo que en la novela están muy presentes porque son muy reales.

Un conocido autor dijo una vez que “un hombre feliz no puede ser escritor”. ¿Qué opina?

No me gustan los dogmatismos. Trato de huir de frases grandilocuentes que, siendo atractivas, no reflejan la realidad, o toda la realidad. Cada autor es un mundo y los hay felices, tristes y atormentados. Por fortuna, me cuento entre los primeros.

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