Durante algún tiempo, he sido fiel prescriptor de la siguiente frase:
«No hay una segunda oportunidad para generar una primera buena impresión»
Hoy, mi marco de referencia ha cambiado. Afortunadamente. Y lo ha hecho porque utilizo una lógica diferente a la de ayer que me permite manejar nuevas perspectivas y, por lo tanto, mayor número de opciones que valorar. También, porque dejo espacio para la intuición. Esta última es una buena manera de innovar y, en mi caso, una manera personal de hacer Coaching.
Volviendo a la frase del principio, siempre he oído a mis padres y profesores que debía ser constante y repetir las cosas tantas veces como fuera necesario hasta alcanzar el resultado esperado (por mí…). Puede que esta influencia la obtuvieran de Thomas Edison quien probó 999 veces antes de dar con la bombilla incandescente. ¿Os imagináis que en la primera prueba alguien (incluido él mismo) le hubiera dicho que no volviera a intentarlo? Pero Thomas Edison, que era una persona despierta, y atendiendo a un malintencionado periodista que le recordaba que había cosechado casi mil intentos fallidos, le contestó: «No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla». Brillante! Y nunca mejor dicho.
Y es que en muchas ocasiones nos dejamos llevar por el enfoque que nos muestra el periodista de antes: exclusivamente centrado en el error. Es fácil que ese torpedo alcance la línea de flotación de nuestra confianza y autoestima, invitándonos a abandonar nuestra empresa, nuestro propósito.
Pero vuelve aquí. Enfoca otra vez. Y esta vez en positivo. La respuesta de Thomas Edison es un claro ejemplo de cómo convertir una dificultad en un recurso. Es en sí misma una forma diferente de leer la realidad y, esta capacidad de generar nuevos escenarios, es creadora de nuevas oportunidades.
Por lo tanto, si una mente prodigiosa como la de Thomas Edison necesitó 999 oportunidades para lograr un resultado brillante, ¿qué voy a hacer yo, que no soy tan brillante, en un sistema en el que si no acierto a la primera estoy fuera?
Y es que, «no fui brillante a la primera y no brillé jamás», parece rezar el obituario más generalizado. Me pregunto cuántos Edison se habrán quedado por el camino por el miedo y la desconfianza a no hacer bien su propósito al primer intento. En ocasiones, sin haberlo intentado siquiera ¡Qué locura! Cuán felices viven las cebras en las sabanas africanas que, después de superado el estrés y el riesgo de caer en las fauces de la leona de turno, vuelven a pacer tranquilamente sin proyectar ese miedo al futuro. De este modo, una y otra vez, se sienten capaces de correr más que sus depredadores cada vez que éstos tienen hambre.
Este mal endémico constituido por la necesidad innecesaria de hacerlo bien a la primera y cuanto más joven mejor es, sin duda, un planteamiento tremendamente exigente. Genera niveles de ansiedad elevados antes, durante y después del momento preciso en el que debo generar una buena primera impresión. Nada que ver con el sencillo esquema de las cebras. Para que luego digan que la especie humana es la más inteligente del planeta…
Sin embargo, superada esta fase con éxito, y ahora me voy al extremo opuesto, existen posibilidades de que caiga en mi propia complacencia, es decir, en lo bueno que soy (o he sido) y lo buenas que son mis competencias y habilidades personales. Y poco a poco me voy acomodando y abandono mi rendimiento y capacidad para seguir creciendo y mejorando.
Pero no importa, por que la buena primera impresión que en una ocasión fui capaz de generar, me acompañará siempre aunque, después de ello, me convierta en un inútil.
Esta es la gran paradoja de nuestra sociedad: goza de mayor prestigio y reputación social aquella persona que hizo una cosa bien a la primera (Dios sabe si de pura casualidad) que aquella que lo intentó 999 veces, se sobrepuso una y otra vez al fracaso y no se detuvo hasta alcanzar su propósito.
Los prejuicios, propios y ajenos, me limitan y me impiden darme la oportunidad de encontrar a alguien maravilloso, con virtudes que jamás intuiría que tiene si no fuera porque creo en las segundas oportunidades. Ese alguien maravilloso también puedo ser yo… aunque sea a la segunda o a la novecientas noventa y nueve.
Cree en ti, al margen del número de intentos que necesites para lograr lo que te propones.